1. Compartimos sueños
Helder Cámara, Obispo de Recife (Brasil), insistía en la importancia de soñar: «Bienaventurados los que sueñan, llevarán la esperanza a muchos corazones y correrán el dulce riesgo de ver que sus sueños se hacen realidad».
«La comunión nace precisamente de la comunicación de los bienes del Espíritu, una comunicación de fe y en la fe, donde el vínculo de fraternidad se hace tanto más fuerte cuanto más central y vital es lo que se pone en común» (cf. «La vida fraterna en comunidad», núm. 32, CIVCSVA [Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica]).
Lo más complicado es compartir los bienes del Espíritu, comenzando por compartir desde la vida de Jesús en su naturaleza divina (pues nos hace hijos de Dios) y compartir la naturaleza humana (ofreciendo la propia vida) para hacernos hermanos.
1.1. Jesús reúne a su alrededor una comunidad que comparte, plenamente, su existencia y su misión, a todos los niveles posibles (material, afectivo y espiritual):
- Compartir lo material
Es vivir codo a codo con Jesús, desde la llamada al seguimiento (cf. Mc 3,14) y a la misión que encomienda a sus discípulos (cf. Mt 28,16-20).
- Compartir lo afectivo
Lleva consigo la comunión de sentimientos y deseos, de proyectos e ideales, a lo largo de un continuum: «tened, pues, los sentimientos que corresponden a quien están unidos a Cristo Jesús» (Flp 2,5).
- Compartir lo espiritual
«… desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre» (Jn 15,15). A sus amigos no les oculta nada, les comparte: la alegría (cf. Mt 28,1- 10), la misión (cf. Jn 17,10), la gloria (cf. Jn 17,22), la unidad (cf. Jn 17, 22-23), el amor (cf. Jn 17,26), etc. En síntesis, es seguir el proceso de Pablo y confesar con él: «estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,19-20).
1.2. Desde los comienzos de la Iglesia, compartir fue una regla de vida. En la Iglesia primitiva:
- Se compartían los bienes materiales
Como se evidenciaba en la generosidad: «Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común…» (Hch 2,44-45). Consecuencias que se siguen: desaparecían las situaciones de indigencia y repartían a cada uno según su necesidad (cf. Hch 4,34-35).
- El hecho de compartir los afectos no quiere decir tener las mismas ideas, pensar lo mismo, sino compartir los afectos de Jesús y su forma de amar: «Amaos como yo os he amado» (Jn 13,34).
- Compartir el Espíritu
Los principales canales del Espíritu Santo, derramado en Pentecostés, para el crecimiento de la Iglesia en sus orígenes, fueron la comunión y la fe. La fe genera puntos de vista convergentes, crea fraternidad; se manifiesta:
- en la oración: «todos perseveraban concordes en la oración» (Hch 1,14), viven en armonía que viene desde dentro, como nos recuerda Pablo: «llenaos del Espíritu y recitad entre vosotros, himnos y cánticos inspirados. Cantad y tocad para el Señor» (Ef 5,18-20);
- en la fracción del pan en el contexto de un banquete, de una comida de verdad celebrada entre todos (cf. Hch 2,46). No es comida para saciar el hambre, sino para compartir (cf. 1Cor 11,18-22).
2. Compartir en el Grupo de San Francisco
En el Proyecto de vida del Grupo de San Francisco el compartir surge del Evangelio: «Vivir el Santo Evangelio», según el espíritu del Poverello, para crear comunidades fraternas. Compartir es un estilo de vida en concordia y en unanimidad; compartiendo afectos, deseos y sentimientos para mejor servir a los pobres; desde el itinerario existencial del seguimiento a Jesucristo, pobre y crucificado:
- Es darse al otro, en verdad, desde lo que se es y se tiene.
- Dar las riquezas (carismas) que uno tiene; dispuesto a cargar, sobre los hombros, el peso de los demás en su debilidad.
- Darse mutuamente la vida y lo vital, de entre las personas que tienen un mismo proyecto, creciendo en comunidad fraterna, para mejor discernir los signos de los tiempos.
- Compartir el tiempo que tenemos, los recursos, la disciplina (oración, celebración, fraternidad, compromiso…).
- Compartir la alegría de estar juntos: «Alegres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes en la oración» (Rom 12,12).
- Compartir lo afectivo, lo que vivimos desde Dios y lo que compartimos con los hermanos.
- Compartir la mutua estima, que es hacerle al otro el regalo de un juicio claramente positivo, considerando a los demás superiores a nosotros (cf. Flp 2,3).
- Compartir responsabilidades. Si ser adulto es ser responsable, como dice Antoine de Saint Exupéry, vivir en comunidad significa descubrir y aceptar ser responsables unos de otros.
- Compartir resistencias y deshacer desbloqueos personales, dejando a un lado sentimientos de rigidez, para vivir con soltura la pasión por el Evangelio y las pasiones por el Reino, desde la reconciliación y la paz.
3. Don y tarea
San Francisco reconoce que cada hermano es un regalo de Dios («el Señor nos da hermanos»), por eso hemos de comportarnos como hermanos espirituales, pues «si la madre cuida y ama a su hijo carnal −dice−, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno cuidar a su hermano espiritual?».
La fraternidad es un don de Dios y una tarea humana, lo que supone conversión permanente y esfuerzo diario. Desde la experiencia de la fe; nos sentimos llamados a construir fraternidad de hermanos, con todos los hombres y todas las criaturas salidas de la mano de Dios.
Nuestro proyecto nos orienta a ser una comunidad fraterna y evangelizadora; profética y samaritana; comunidad entrañable, y en diálogo y comunicación; comunidad fermento. Algunos de estos temas los hemos visto en la Pascua y seguiremos profundizando más en otro momento.
Dejándonos guiar por el Espíritu, para descubrir entre nosotros nuevas posibilidades y amar como nos ama el Padre, nos ayudará no a buscar grandezas, sino, al contrario, a compartir los regalos que hemos recibido, para que todos se enriquezcan de los servicios que prestamos a los demás.
Epílogo
Aplicando las reflexiones anteriores, en base a la experiencia pascual del presente año, podemos concluir que esta Pascua ha sido una buena oportunidad para crecer en fraternidad y familiaridad, desde los más pequeños a los mayores, porque el Señor Jesús se nos ha manifestado para ser misioneros de la fraternidad franciscana y samaritana.
El papa Francisco, en este sínodo, nos invita a caminar juntos, confiando unos en otros, llenos también de misericordia y perdón, para llegar a ser una Iglesia verdaderamente sinodal: en COMUNIÓN PARTICIPATIVA, puesta la mirada en la MISIÓN, a la luz de su encíclica Fratelli tutti, degustando «una forma de vida con sabor a Evangelio»1 ; no cesemos en el empeño.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN,
reviviendo la esencia y el don de la fraternidad!
Un gran abrazo a todos y a cada uno.
Severino Calderón Martínez, ofm