NAVIDAD:
Dios y el hombre se encuentran como anunciaron los profetas:
«El profeta escucha y acoge la Palabra de Dios.
El profeta se deja transformar por la Palabra.
El profeta es dócil a la Palabra.
El profeta acepta todos los encargos de Dios.
El profeta no dispone de la Palabra.
El profeta es destruido por la Palabra.
El profeta vive de la Palabra»
(Nicolás Castellano, osa; Memorias…) 1 .
Queridos amigos y amigas: Paz y bien.
1. Somos instrumentos del Reino
Las últimas semanas del tiempo litúrgico nos han invitado a ser profetas del Reino de Dios, que es lo mismo que decir que 'estamos hechos para acoger al Dios de la vida en nuestra propia vida'.
Todos invitados a realizar el compromiso de responder a lo que Dios quiere de cada persona en su biografía; es decir, que miremos al otro y que no miremos para otro lado; que luchemos por un mundo más justo y más fraterno, sazonándolo con la fuerza del Espíritu, que todo lo llena de alegría. Se trata de que atraigamos, a todos, al amor que se ha derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5).
El proyecto del amor de Dios está abierto a todos los hombres de buena voluntad, incluidos especialmente los pobres. Todo este proyecto es don y regalo de Dios, que se nos da a la totalidad del género humano. Don que se confía a los que son sencillos de corazón, como los niños; a los pequeños, pero llamados a crecer como el grano enterrado en la tierra que, cuando crece, los pájaros pueden anidar en sus ramas. Todos, sin exclusión, llamados a invertir en aquello que merece la pena, porque descubrir este TESORO es abandonar las otras búsquedas por lo único que es importante.
2. Para ser profetas de esperanza
Cuando no hablamos de oídas, sino que tenemos una experiencia de encuentro con Dios, tenemos también la osadía profética de anunciar la Buena Noticia del Reino, nos convertimos en portavoces de Dios. Nadie como Jesús ha llevado a plenitud la profecía, al tener una experiencia profunda de Dios, en quien tiene puesta toda su confianza.
Todo profeta alcanzado por Dios da testimonio de él, es capaz de ver signos de Dios donde los demás no ven más que cosas; de descubrir otros caminos, como enviado a enderezar lo torcido (cf. Mt 3,3) según nos recuerda el profeta Juan, el Bautista.
El profeta es presencia de Dios entre sus gentes, propagando la palabra de Dios por los lugares a donde va; es una persona del pueblo y para el pueblo, por eso su templo es el mundo, su lugar la calle, la plaza… donde más necesario es proponer el mensaje. El poeta y cantautor Ricardo Cantalapiedra nos recuerda que los profetas: «en las ciudades, en los
campos, entre nosotros están».
Habla en nombre de Dios, interpela, anuncia y denuncia, y mira al futuro con esperanza. Defiende la causa de los pobres, se preocupa de los frágiles, de los viven en las fronteras y periferias... Frecuentemente son incomprendidos, perseguidos, rechazados… por los que no soportan ni su mensaje ni que digan la verdad.
El profeta también ofrece alternativas de creatividad y esperanza, cuando el pueblo está desalentado y agobiado, porque Dios decide obrar portentosamente.
Anuncia los días de júbilo y alegría perpetua (Is 51,11), genera vida en los huesos secos (Ez 37). Convencido de que el futuro está en manos de Dios y le pertenece, hace caminos llenos de esperanza.
3. Los profetas de hoy unidos a los eslabones de ayer
Dios sigue suscitando profetas en todas las etapas de la historia. Si miramos, a nuestro alrededor, descubrimos a personas que tienen un trato especial con Dios, que se hacen sabios para iluminar las brechas de los muros; entusiasmados con Dios se ponen al lado de los pobres, de los débiles, de los pecadores; nos dejan incómodos porque nos cuestionan y nos comprometen a cumplir el servicio al Reino de Dios, aunque en el camino sintamos amenazas o marginaciones.
El papa Francisco, una y otra vez, nos recuerda: «La Iglesia nos pide a todos ser profetas». El Adviento y la Navidad nos dan la oportunidad, una vez más, de que seamos conscientes de haber sido llamados a ser profetas que respondan a los retos y desafíos de los tiempos, afrontándolos con osadía evangélica.
Dios camina con este pueblo de profetas; este pueblo debe sentirse una comunidad de llamados y elegidos, de peregrinos, de caminantes itinerantes y, sin duda, de profetas.
4. Dios se ha acordado de nosotros
Con Jesús, el profeta por excelencia, comienza la nueva era de la salvación. Dios está entre nosotros, nos quiere, nos ama y nos salva. Jesús se ha hecho tan nuestro que es uno de nosotros. Nos aporta el amor inmenso de Dios, que se hace ternura en la carne de un niño; se ha humanizado para derramar esa esperanza, salvadora, que se entrega hasta la locura
de la cruz.
El Profeta, anunciado por los profetas, ha llegado: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande; […] habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló» (Is 9,1). Desde hoy cielo y tierra se han unido. Dios y el hombre se han estrechado en un abrazo imposible de separar: el hijo será nuestro hermano para siempre y nosotros, para siempre, sus hijos; unidos, juntos, en «fraternura» cristiana.
Cristo asume por completo nuestra vida humana; para que nosotros asumamos, en él, la vida divina. En este tiempo de sínodo Cristo nace, vuelve a iniciar su camino de amor desde «el pesebre a la Pascua», para que nosotros nos hagamos compañeros de viaje y caminemos, por amor, con él.
La Virgen nos ha regalado el mejor tesoro: al Dios hombre de sus entrañas, nacido entre tanta pobreza porque él es nuestra única riqueza; al Dios humanizado que lo único que viene a buscar es nuestro amor.
Queremos, Señor, que este sea nuestro regalo: vivir con fe, sabiéndote descubrir en la carne débil y necesitada de nuestros hermanos, hombres y mujeres; vivir con sobriedad, aprendiendo la acción de pobreza, para compartir cuanto somos y tenemos; vivir con honradez el seguimiento por el Reino, para demostrarte que amamos, amando a los demás
«sin medida».
Permítenos, Señor, escuchar una vez más «la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo, hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,10-11).
Dios del amor, danos tu amor.
Tú que nos has regalado el silencio de José,
la escucha de María, la sencillez de los pastores,
la santidad de los ángeles,
la humanidad de tu Hijo Jesús.
Con Francisco de Asís nos disponemos a montar el belén.
Todo esto es para nosotros tu Navidad en sinodalidad,
camino que recorremos juntos para anunciar el mensaje del Reino
a todo hombre y mujer de buena voluntad.
¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra «Paz y bien»!
¡FELIZ NAVIDAD! ¡FELIZ CAMINO SINODAL!
Granada, 8 de diciembre de 2021
Severino Calderón Martínez, ofm