Jesucristo Resucitado nos envía
(documento completo)
SENCILLEZ, PARTICIPACIÓN Y SINODALIDAD
¡Paz y Bien!
Las celebraciones de Semana Santa y Pascua tienen un doble carácter contemplativo: una, desde la Cuaresma y, la otra, desde la Luz; es decir, entre el dolor y la alegría, centradas en el Dios de Jesús muerto y resucitado. Pero hay algo que es prioritario en todo, desde la liturgia cele-brada en torno a una comida fraterna, una cruz (que carga con todo el peso de la humanidad) y la Pascua (que todo lo llena de resurrección y de gloria); la novedad es que a todos nos llena de vida, cuando lo vivimos desde la sencillez, la participación y la sinodalidad:
1. Sencillez y claridad para que todo sea comprendido por todos y a todos los niveles de la asamblea celebrativa. Lo que celebramos es a Cristo-Jesús que:
- nos ama por entero;
- sirve desinteresadamente desde abajo, llegando hasta los últimos (las periferias); y, - se entrega en la cruz, para dar vida y ésta en abundancia (cf. Jn 10,10).
Proceso de liberación que nos lleva a la cima de la Pascua, para que vivamos la alegría de la resurrección con todos los resucitados con él y para siempre. Se trata de revelar (‘correr el velo’); descubrir la obra salvadora con admiración, comprensión y agradecimiento, para que el pueblo asista plenamente en aquello que celebra. A veces más que «revelar» lo que hacemos es «velar»
(‘cubrir con velo’), ocultar a un Dios que se manifiesta en los hombres: «Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón… y al prójimo como a ti mismo» (Mt 22,36-40). Decimos creer en Dios y no así en todo lo humano, por eso no cuidamos la dignidad de cada persona, no la queremos y permanecemos ciegos (cf. Jn 9,1-41) porque no tomamos en serio al ser humano. Si Dios se ha encarnado-humanizado en la sencillez de una mujer, María, «y la Palabra se hizo carne» (Jn 1,14)… no podemos creer en el Dios de Jesús, si no creemos en el ser humano. Nos cuesta entender la sencillez de los pequeños que se fían de Dios; si no nos fiamos del ser humanado en Jesús, no creemos en el Dios del Reino.
El encuentro de Jesús con la samaritana nos recuerda que Dios quiere que vivamos desde él, en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,5-42). Adoremos a Jesús cuando nos acerquemos al pobre y al que sufre, que son el verdadero templo de Dios. Las lecturas de los salmos nos recuerdan que Dios «acoge a quien actúa rectamente» (Is 64,4); «Tú te me has acercado y me has dicho: “¡No temas!”» (Lam 3,57).
2. Participación. De nuevo, el profeta afirma: «Das respuesta a los que no te preguntan; vas al encuentro de los que no te buscan; dices: “aquí estoy”, a quien no te invoca» (Is 65,1). Si nosotros buscamos a Dios y da respuesta incluso cuando no le invocamos, por agradecimiento, no nos queda otro camino que restituir, como Pueblo de Dios, tantos bienes y dones que ha derramado en nuestros corazones.
A nosotros nos pide el Concilio que ofrezcamos en la liturgia una participación «plena, activa y comunitaria». No solo somos oyentes en la celebración, sino también participantes y actuantes gozosos de lo que celebramos, con hermanos iguales en dignidad por el bautismo. Somos hijos del Dios Padre, hermanos de Dios Hijo, y comunión del Dios Espíritu.
Todos participamos en el gran Misterio-Revelado en plenitud en la Pascua; donde ya no tenemos miedo ni dolor, nadie estará triste y todos estamos llamados a vivir como resucitados, siendo instrumentos de reconciliación y de PAZ. Ya los profetas lo habían anunciado: «Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43,19). Vaya que sí lo hemos notado y celebrado en plenitud, como proceso y camino de sinodalidad compartida, vivida y celebrada para realizar, desde AHORA, el hoy de la Vida nueva en Cristo resucitado. «Tú que eres parte, pon tu parte» (lema de Cáritas) y transmite el mensaje, contagiando todo lo que hemos visto, vivido y celebrado. Ahí está el envío y la MISIÓN a la que estamos llamados en este mundo de incertidumbre y complejidad.
3. La sinodalidad ha venido para quedarse. Este es uno de los signos de los tiempos más relevantes del siglo XXI, como camino resucitador de una Iglesia que está llamada a caminar unida, en comunión; y, desde ahí, sentirse llamada a la misión evangelizadora a la que ha sido enviada −Iglesia en salida− desde una participación activa, corresponsable y en misión compartida en una realidad carismática, plural y diversa; pero vivida en la unidad del Espíritu, para ser signo de la presencia del Reino que ya está entre nosotros por la Luz de Jesucristo resucitado.
Jesucristo resucitado nos pide que nos pongamos a la escucha del Espíritu para discernir lo que es mejor, desde el Evangelio, para una humanidad que está pidiendo que dejemos inercias, rutinas, pesimismos… que nos paralizan; y emprender el camino adecuado para estar más cerca de los pequeños, de los que sufren. Trabajar por la dignidad de todas las personas más allá de toda raza, cultura y religión. El éxito vendrá de ser luz que ilumina y que no está para lucirse; sal que sala y que no pierde su gracia; semilla que se esparce y se deja crecer, hasta que llegue el momento de la siega.
«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). Todos estamos llamados a enseñar y a aprender, puesto que todos somos discípulos del único Maestro: Cristo. Perdamos el miedo y caminemos enredados, deshaciendo nudos y facilitando las relaciones estrechas con el Resucitado. Estamos ante un desafío de gran alcance, que tiene mucho que ver con el futuro, estando presentes ya en las periferias −geográficas y existenciales− de realidades humanas para abrazarlas con misericordia. En esta travesía tendremos que «ensanchar el espacio de nuestra tienda» (Is, 54,4) para propiciar el encuentro con nuestro Pueblo, desde una Iglesia samaritana que cuida la casa común y la común dignidad que se nos regala en el Resucitado.
Hoy se nos piden nuevas responsabilidades a todos en este itinerario de una Iglesia que no camina sola, como los discípulos de Emaús; sino que tenemos un Compañero que nos explica las Escrituras, parte el pan y nos envía en tono pascual, para ser testigos de su presencia resucitada y resucitadora. La sinodalidad la hemos de vivir en la vida cotidiana, dejando al margen anuncios de impacto o de eventos puntuales, para «hacer de lo ordinario algo extraordinario». La queremos vivir desde la igualdad y la fraternidad, a la que somos llamados a visibilizar en un mundo individualista. Jesucristo resucitado se nos ha manifestado a través del testimonio de las mujeres (cf.: Mt 28,1-15; Lc 24,1-12; Jn 20,1-10).
Ahora nos toca ser testigos de esperanza para aquellos que quieran unirse a un Dios liberador que nos invita a que rememos mar adentro, para que juntos avancemos hacia el mismo «faro» que nos ilumina en la noche. Noche de Pascua que todos hemos celebrado en los diversos lugares; pero resucitando en la misma comunidad que compartimos, la de los hijos de Dios y de Francisco de Asís, que nos invita a comenzar de nuevo: «Comencemos hermanos…».
Un abrazo de fraternidad franciscana, cargado de alegría pascual:
¡¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN 2023!!!
Seve Calderón Martínez, ofm